Llegué al Aeropuerto del Cairo tres horas antes, y al embarque 10 minutos antes de que empezara. Me sentía feliz, muy feliz. No solo por dejar Egipto por 10 días, volver a vestir como quisiera, poder caminar tranquila por la calle y ser libre nuevamente, sino porque viajar es de por sí, para mí, un gran placer. Todas esas cosas que los seres humanos odian de un aeropuerto, yo las amo: las largas colas, los imbéciles con equipaje de más que se ponen a tirar cosas y retrasan a todos los de atrás, los ciento y un mil papelitos que hay que llenar para entrar o salir de un país, las puertas de embarquen que siempre, siempre están JUSTO al otro lado del aeropuerto y una larga lista de etcéteras. Aprovecho el tiempo y miro a todos estos seres humanos que por distintas razones se congregan en este inmenso lugar: el aeropuerto. Las observo y me pregunto de dónde vendrán, hacia dónde irán, cómo viven, miro a las familias, a los que van solos, cómo se visten, qué equipajes llevan, etc. Me parece fascinante la idea de que tantas personas, tan distintas, de tantos puntos del planeta, puedan encontrarse en tan pequeña área y se muevan como hormigas, sin mirarse ni importarse, dirigiéndose diligentes a sus puertas de embarques.
El viaje fue por Emirates Air, la línea de bandera de los Emiratos Árabes. De más está decir que estos tipos ya no saben en qué más lavar dinero: estando en clase turista, parecía que fuese primera clase. Al llegar recibimos una cartilla, el ménu, de donde podíamos elegir el plato principal, entre cordero iraní con papas cortadas a la no sé cuanto, del chef no sé qué, con "agua de rosa” y jugo de mango con esencia de no sé cuanto más. De postre, deliciosas tortas, sin olvidarnos de una exquisita selección de quesos IMPORTADOS de Italia, como bien indicaban sus etiquetas. El equipo de azafatas hablaban un total de no menos de 10 idiomas. Todo un lujo.
Y de repente llegué a Hong Kong, después de 4 horas entre El Cairo y Dubai, 2 horas de espera en Dubai, 6 horas de Dubai a Bangkok, 45 minutos de espera y 2 horas y media, de Bangkok a Hong Kong. Y mientras que los fantasmitas negros y los Aladinos iban desapareciendo, seres humanos con ojos achinados, vestidos de las más diversas formas y colores iban apareciendo. Y con ellos, mi gran sonrisa de ver nuevamente diversidad, tranquilidad, y dejar de sentirme una completa extraña, un marciano verde llegado de otro planeta. Porque aunque aquellas personas poco tuviesen que ver con mis rasgos físicos, me veían como una igual, me reconocían como ser humano… y esa sensación es impagable.
Y así llegamos a Futurama. El imbécil de la guía Lonely Planet hablaba de una ciudad sobrepoblada y afectada por la contaminación… evidentemente, jamás ha estado en El Cairo y nunca puso un pie en Egipto.
Hong Kong es la gran ciudad del futuro, por mucho que nos cueste aceptarlo, pero guarda un equilibrio perfecto con el medio ambiente. Es que los hongkonianos siguen el Feng-shui hasta para la construcción de sus edificios: es sumamente sorprendente.
La ciudad es un conjunto interminable de edificios que guarden entre sí el equilibrio perfecto. Aunque abrumador para la vista, el paisaje no es cansador. Atrás las colinas, llenas de verde y naturaleza que rebasa… verde, entre todos esos edificios, hay mucho mucho verde, piletas de agua que hacen a la teoría del Feng-shui. Una maravilla a gran escala que son los asiáticos y su paciencia son capaces de construir. No existe un edificio desaliñado, feo, de algún color que lastime la imagen global o en mal estado. Y entre tanto verde, y tantas colinas llenas de vida, está el mar. Un paisaje extraordinario que me hizo acordar a Costa Rica.
Todo está señalizado y diametralmente estudiado. Los discapacitados no tienen ningún tipo de problema: esta es su ciudad ideal. Existen círculos incrustados en el piso para que atiendan a los peligros, señales sonoras, y barras de contención en las veredas (que también son para los turistas tercermundistas que desean cruzar la calle por el medio de la vereda: imposible por estos pagos).
Con una población de aproximadamente 7 millones de personas, los ciudadanos de Hong Kong saben conservar su equilibrio al mejor estilo Tai-chi: aquí desde la ciudad universitaria, en una de las colinas, desde puedo observar todo el centro, ya no se escucha más nada a partir de las 9 de la noche. Y aunque existe vida a la noche, es tranquila y no sé cómo, pero no se escucha ni perturba. Lo único que se escucha durante el día son pájaros y más pájaros… y un rato, entre la media mañana y la tarde, a los constructores trabajando en el edificio de enfrente, un monstruo gigante en forma de serpiente que baila alrededor de las piletas universitarias en un hermoso jardín, tapado de árboles verdes.
¿Qué más se puede decir de una de las mejores ciudades del mundo, con una distribución de la riqueza casi perfecta? Sus ciudadanos son tranquilos, amistosos, siempre sonrientes, tímidos y un poco retraídos. Pero sobre todo, tranquilos. Yo creo que aún saliendo desnuda, sería imposible robarles una cara de asombro o algo que salga del equilibrio natural que inspira a esta gente. Son simplemente fabulosos.
Hoy saldré de paseo, con lluvia y mucha, mucha humedad. Es un ecosistema fabuloso, pareciese que estuviéramos en algún bosque chino, con animales y la humedad propia del ambiente, pero estamos rodeados de grandes monstruos de cementos.
Sacaré fotos, subiré videos, pero por el momento les dejo estas fotos, espero que las disfruten.
Besotes
Regi
xxx