martes, 26 de enero de 2010

Hasta la vista, turista!

Apenas salimos del paso fronterizo, me di cuenta rápidamente que Israel podía ser un país desarrollado pero no por eso muy distinto a Egipto. A 150 metros de la parada de colectivo, allí estaban ellos: los taxistas, acosándonos para que nos subamos.  Acostumbradas a la gran tramoya egipcia, nos negamos rotundamente. Pero para nuestra sorpresa, un simple pasaje de colectivo urbano costaba más de 7 pesos argentinos y tranquilamente hubiésemos pagado lo mismo o menos por una vueltita en taxi.

Entrar a Eilat, la primera ciudad israelita después del paso fronterizo, fue lo mismo que llegar a Miami. Playa, arena (artificial), palmeras y mucha pinta de ciudad costera norteamericana. Faltaba Boca Ratón y la Señorita Fine. Avenidas amplias, orden y limpieza. Por estas partes del mundo, un lujo.

Pero de repente me di cuenta que el lujo se acaba cuando uno ve, con sorpresa, que muchos civiles portan armas. Y no estoy hablando de un revólver, una simple escopeta o una “inocente” arma blanca. ¡Cargaban ametralladoras en la espalda como si llevasen una mochila! Las cargaban con tanta soltura y normalidad, que me tentaba tocar una y ver qué pasaba si me acercaba demasiado. Obviamente, mi curiosidad infantil no pasó más allá de la fantasía. Cuando uno se topa con asesinos, los reconoce fácilmente. Es la típica mentalidad yanki del “derecho a proteger mi propiedad” y todas esas “incivilidades”.  Lo hacen con tanta naturalidad que uno observa rápidamente la situación de omnipotencia y superioridad que imparten.

Después de muchos colectivos, exactamente igual de minúsculos que en Egipto, llegamos a Jerusalén, una ciudad bellísima entre montañas – muchas muy famosas. La vieja ciudad es impresionante, llena de mística y creencias, historia y mito, todo fundido tras las murallas de la Vieja Ciudad.

El hostel, Petra, es el más antiguo de la ciudad, ubicado adentro de las murallas, a solo dos cuadras de la Torre de David. Un espectáculo. En él se hospedaron muchos viajeros famosos, siendo el más famoso el escritor Mark Twain – quien dicho sea de paso, aborreció la Jerusalén de aquella época.

Después de caminar y pasear,  todo fue mucho más claro. El chico del hostel se llamaba Alí. Enseguida me di cuenta que hablaba árabe. Cuando fuimos al supermercado a comprar jamón y pan para hacernos sándwiches, el dueño hablaba árabe. De repente, toda mi bronca y mi rebeldía desaparecían, para amigarme con un pueblo que lejos estaba de ser el egipcio. Y mi cabecita empezó a ensayar sus frases en árabe, los diálogos, los saludos... Y todos me miraban confundidos, hasta que les explicaba que estaba casada con un egipcio, y que estaba aprendiendo árabe. Y de pronto, me di cuenta... ¡todos hablaban árabe! Porque señores, por si no sabían... ¡los judíos prácticamente no laburan!

Y así como en las calles de Jerusalén se escucha más árabe que cualquier otro idioma, también me percaté de otro dato importante: que los judíos… ¡no hablaban en hebreo! Desde el más laico (que no existe) hasta el más ortodoxo de los judíos, TODOS hablaban inglés. Y no me refiero con los turistas: entre ellos, con sus hijos, con sus amigos… Sentarnos en el barrio judío a comernos unos buenos bagles (de la mejor selección kosher, por supuesto), fue la mejor estrategia para observarlos. ¿Cómo podía ser que no hablaran en hebreo en su vida diaria, en su cotidianeidad de todos los días? Y la respuesta no tardó en llegar. Ante todo… son yankis. Y en el mejor de los casos… argentos. Cada vez que nos perdíamos, que empezábamos a putear por alguna razón, salía el argento de abajo de las piedras a rescatarnos. Nunca nos falló.

Y entonces entendí que el país que tan desarrollado se dice ser, de desarrollado poco tiene. Porque el que vive en la villa afuera de Rosario, tiene un rancho mucho más lindo que los que vi yendo al Mar Muerto, atrincherados como vacas con torres militares, al mejor estilo ghetto nazi. Muertos de hambres, sobre una tierra totalmente infértil, en donde el agua es un verdadero lujo.

Que en un país en donde todo parece andar tan bien, los locos psiquiátricos salían de abajo de las piedras, tan comúnmente como los argentos salvadores. Eso es algo que impresiona. La gente alucina, está perdida, se acerca a hablarte de historias increíbles, marginalizada y vagabundeando en la calle. En Egipto veo pobreza a diario, pero jamás he sentido el desamparo que vi en Israel. Es que si yo perteneciese a un Estado que aplica las mismas prácticas genocidas que los nazis aplicaron a mis ancestros, creo que también sentiría la necesidad de volverme invisible…

Visitar Jerusalén fue duro. Fue una mezcla de liberación y aprecio por el mundo árabe, y al mismo tiempo de tristeza por ver una sociedad totalmente devastada por las atrocidades de un grupúsculo de inhumanos que dicen pertenecer a una tierra cuya lengua ni siquiera hablan… Y lo peor es ver a todos esos jóvenes dando sus vidas por un grupete de piratas, que bajo la excusa de la religión, no mandan a sus propios hijos a la guerra que ellos  mismos comandan. Si, ¡increíble! Porque los ultra-ortodoxos, por supuesto, además de no laburar… tampoco van a la guerra.

Feliz emprendí mi vuelta a Egipto. Y cuando llegamos a la Aduana Israelita, los muy ladrones nos cobraron lo que sería más de 100 pesos para salir del país en concepto de… ¡permiso para salir del país! Irrisorio. Nunca visto. Lo peor es que uno llega ya sin shekels (moneda israelita), y debe cambiar obligadamente en la frontera.  En Jerusalén, mi buen amigo árabe me daba 5,70 shekels por cada Euro.  En la frontera me dieron 4,30 shekels por cada Euro. Una E-S-T-A-F-A.

Y entonces empecé, puteadas de por medio, a recordar con orgullo que en Egipto, el cambio es EXACTAMENTE EL MISMO, en cualquier casa de cambio o banco, dentro o fuera del aeropuerto (algo bueno tenía que tener). Y pasamos, lo que pensé, era el último control.

Y mientras caminábamos, seguí: “Israelitas de mierda y la concha de su abuela, estafadores del orto, esto en el primer mundo no pasa, son igual de incivilizados que los egipcios, y la puta madre que los re mil parió…” Y seguía mi repertorio, hasta que nos topamos con el último milico israelita , que nos dijo seriamente: “Passports please”. Con mi cara de ojete, se lo mostré. Y después, con una sonrisa enorme, su cara de vivo total, y en su mejor argento, nos miró y nos dijo: “Y bueno, de algo hay que hacer plata, chicas”.

“Si, pero no deja de ser un robo” – le respondieron las cocoritas argentas.

Y me fui, dando un portazo. Entendiendo que la política israelita es muy simple: “cagaremos a todos los que haya que cagar con tal de hacer papota.”

No es necesario hacer ningún super análisis político: las Islas Canarias están en África, las islas Malvinas están sobre el Mar Argentino, 1 Euro cuesta 5,70 shekel y encerrar a un pueblo detrás de un muro hasta esperar que desaparezca… pues bueno, eso simplemente se denomina genocidio….

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Una de las entradas a la Vieja Ciudad… así quedó después de la recuperación israelita de la ciudad de Jerusalén. Si, esos huecos que ven son de balas.

 

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Recorriendo la Vieja Ciudad por dentro… al fondo la iglesia alemana más famosa del lugar

 

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Exactamente igual que en la religión musulmana, hombres y mujeres se encuentran separados dentro de la sinagoga. Y al igual que en la religión musulmana, el espacio para las mujeres es diminuto y por lo tanto el hacinamiento impera (lo mismo aplica para el sagrado Muro de los Lamentos).

 

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El monumento que más me impactó: el Domo de la Roca, en el barrio musulmán. Una verdadera obra de arte arquitectónica con todo el esplendor del arte árabe

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Salida del barrio islámico – arte mameluco

 

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El Mar Muerto: una experiencia interesante pero demasiado oleosa con mucho olor a … muerto. Para hacer una sola vez en la vida. Mejor me quedo con el Mar Rojo :o)

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domingo, 10 de enero de 2010

En Jerusalén... o de por qué caen bombas en Tierra Santa...

Capítulo uno: la partida...

Resumir 5 días en Jerusalén en un solo post es como querer explicar en sólo 100 páginas por qué Carlos Menem es un mafioso. Es decir, misión imposible.

Pero trataré de empezar por el principio; generalmente recomiendan que es lo mejor.

Todo empezó con la visita de Sil y Gretel: la verdad, una bocanada de aire de las amistades y afectos que siempre se extrañan y que son siempre tan necesarias... especialmente en tierras faraónicas, donde hacer amistades no es tan evidente. Las chicas llegaron con planes de visitar Egipto un mes, y con tiempo suficiente para visitar otros países. Resulta que las distancias no son tan largas, pero tampoco fáciles de alcanzar.

Mi presupuesto, después de un mes en Argentina, compra de nuestra segunda aspiradora (la otra fue asesinada por el polvo y la mugre egipcia en menos de 6 meses), y otros gastos indispensables, no estaba ajustado para una visita en Israel, especialmente porque el país de los hombres bombas se caracteriza por ser bastante carito. Pero me convencieron, y la verdad que resistirme fue bastante difícil - como podrán imaginar. Compramos una guía Lonely Planet para movernos en Israel, hicimos en una mañana la visa necesaria para salir y volver a entrar en Egipto, y después de corregir todos los exámenes de mis alumnos para entregar a la mañana siguiente, nos subimos a un taxi y emprendimos el camino hacia la frontera, en una ciudad llamada Taba.

La joda del taxi nos salió unos 45 U$S cada una. Para los interesados en venir y hacer el mismo trayecto, es posible hacerlo en colectivo, pero se ahorran unas 4 horas de viaje, unos cuantos check points y la maravillosa incertidumbre de viajar en un colectivo egipcio. No son malos pero después de las 8 horas de viaje, sólo Dios sabe si llegarán.

Llegamos a las 7 de la mañana aproximadamente y después de comernos los insultos, pseudolevante, de los canas egipcios, previo pago de LE 2 para la estampilla de salida (solo para los que cruzan a pie), y algún que otro control de seguridad, habiendo caminado no más de 100 metros, nos encontramos en suelo israelita.

Y mi cara empezó a iluminarse. Inclusive ante la guacha de la primera cana israelita que nos pidió los pasaportes: llevaba jeans ajustados, remera dos cm por debajo del ombligo, y estaba tan maravillada de sentir que cruzaba a otro mundo, que ni siquiera recuerdo dónde tenía el arma (obviamente llevaba un arma, porque todos en Israel cargan una).

El siguiente control... otra mujer. Chicas jóvenes, maquilladas... eso sí, con cara de orto. Era increíble, como entrar al control de cualquier aeropuerto europeo: ¡mucha cara de culo, pero se había acabado el mundo de los hombres! Ni siquiera se habían olvidado de la paranoia, o por lo menos así lo definió el psiquiatra a quien estaban revisando de arriba a abajo, inclusive analizándole unos dibujitos muy lindos que llevaba con una paloma de la paz. Bastante gracioso, el hombre se puso a psicoanalizarlos, a decirles que eran unos paranoicos (con mucho respeto y soltura), y que se pusieran a pensar por qué sufrían de tal paranoia. Mi conclusión fue que el señor se equivocó de camino o que realmente jamás supo lo que es pasar por el aeropuerto de Londres. En fin... primermundistas, a veces pueden ser muy cómicos.

Seguimos, el cuarto y último control: otra mujer (obviamente) que sellaba el pasaporte con la visa, previo preguntarnos qué hacíamos, a dónde íbamos... y qué religión profesábamos. Parece ser que las estadísticas israelitas indicarían que el 100% de los musulmanes son posibles hombres-bomba. Me pregunto qué dirán sus estadísticas acerca de los gobiernos judíos que encierran a seres humanos en ghettos al mejor estilo nazi... en fin.

Y pisamos suelo israelita… y fue como entrar a otro mundo. El aire estaba limpio, olía bien, las calles eran amplias, limpias… había paradas de colectivos, carteles que indicaban direcciones… ¡y hasta había direcciones que existían! Ah…y el aire estaba limpio y olía bien, ¿ya dije eso no?

Cuando íbamos en el colectivo que nos llevaba de la frontera hacia la estación (para seguir luego a Jerusalén), Silvana me mira de ponto y me dice: “¡mirá la sonrisa que tenés!”. Y si, no era para menos: había pasado de la categoría “subhumana” a la categoría “humana” en menos de 200 metros. De repente la gente me miraba nuevamente a los ojos cuando me hablaba, los hombres sonreían con gentileza, la gente era amable, respondía a mis preguntas y en el peor de los casos, trataba de ayudarnos y explicarnos cómo llegar. De nuevo podía comunicarme, caminar por la vereda, inhalar el aire bien profundo, nadie me empujaba, ningún auto trataba de atropellarme, ¡y los semáforos estaban encendidos! ¿Por qué no sonreír? No estaba en el primer mundo, pero por lo menos parecía un lugar más amistoso.

Tomamos el colectivo hacia Jerusalén y llegamos después de 4 horas y media de viaje… Durante el trayecto, miraba el paisaje y no podía creerlo: en las mismas montañas que tan estériles parecían del lado egipcio, Israel cultivaba, producía y desplegaba todo su potencial tecnológico. Leyendo la Lonely Planet para decidir qué lugares visitaríamos, no paraba de preguntarme: ¿por qué caen bombas desde el cielo en esta parte del mundo? No faltaría mucho para descubrirlo… pero esa ya es otra historia.

Hasta pronto!

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Sil y Gretel entrando a la Vieja Ciudad… tras las murallas

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Adentro de la vieja ciudad, caminando por las callejuelas

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La “nueva ciudad”, vista desde la Torre de David

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Sil y Gretel, empezando el recorrido en la Torre de David

IMG_4065La muralla de la Vieja Ciudad en contraste con la “nueva”