Llegó un 24 de diciembre a las 8.30 pm., y en contra de todos mis pronósticos, conseguir un taxi para volver a la Capital Federal fue bastante sencillo.
Llegó a un país que imaginaba el primer mundo, para chocarse con una realidad que es indescifrable. Llegó al Reino del revés.
En el Reino del revés, los árabes se llaman turco aunque no hablen el idioma turco ni jamás hayan pisado Turquía. A principios del siglo XX, cuando llegó la mayor ola inmigratoria de los países árabes, muchos musulmanes se convirtieron al cristianismo para adaptarse a la nueva sociedad que los acogía. No conocían de guerras santas, hombres bombas ni cruzadas.
Sin embargo, algunas generaciones más tarde, en el Reino del revés se ha visto: varios atentados – incluidos hombres bombas –, un presidente turco y la construcción de la mayor mezquita en Latinoamérica.
En el Reino del revés, las mujeres parecen más libres: ocupan todo tipo de cargos de poder, de hecho una mujer ocupa la silla del turco ahora, y tienen una esperanza de vida significativamente mayor a la de los hombres.
Sin embargo, él camina en la calle más perdido que turco en la neblina, sin entender muy bien por qué: ¿Por qué usan esos shorts masoquistas? ¿Por qué caminan como si estuviesen en una pasarela? ¿Por qué hacen como si no se dieran cuenta que los hombres las miran como carne?… con mayor disimulo, pero igual de repugnantes que en mi civilizado Egipto. Y es aquí en donde yo intento cambiar sus preguntas dentro de mi mente: ¿Para quién usan esos shorts masoquistas? ¿Para quién caminan como si estuviesen en una pasarela? ¿Para quién juegan al juego del gato y del ratón?
En el Reino del revés, el sol sale por el Este, pero a nadie parece interesarle mucho. Lo único que me importa es mi hermoso balcón con vista al río, el parque con vista al río, las islas y el paisaje. Nadie tiene idea que a unos 15 mil km de distancia, todo un mundo paralelo necesita imperiosamente saber dónde está el Este, porque sin él, no existe manera de comunicarse con Dios.
En el Reino del revés, nos llenamos la boca sobra la importancia de ser un país desarrollado, copiar del “primer mundo”. Nos vivimos quejando, incesantemente, de nuestro irreparable “tercer lugar” en este mundo que nos vive jugando en contra. Porque por supuesto, de más está decirlo, TODO es culpa de otros.
Sin embargo, en el Reino del revés, a nadie le gusta pagar impuestos, pocos son los que cruzan la calle por la senda, respetan el semáforo o levantan la cagada de sus perros. Él se siente como el gran pelotudo: cada vez que ve un sorete se pregunta “¿y yo por qué tengo que levantarlo?”.
En el Reino del revés existen leyes para romper, conteiners de la basura que nadie quiere usar, velocidades máximas para no respetar, partidos políticos para discutir, presidentes mujeres que según las malas lenguas “solo sirven para lavar los platos”, y ciudadanos que no son argentinos si son morochos, petizos, gordos, discapacitados, indígenas… y la lista sigue.
No obstante, en el Reino del revés, existe una presidente que pareciese poder hacer mucho más que lavar los platos, un sistema democrático que, aunque a muchos les duela, nos permite disentir, impuestos que hay que pagar, un Estado que afortunadamente los recolecta, sistema de educación público y laico, sistema de salud público que se da el lujo de cubrir a todos los ciudadanos del mundo “que deseen habitar suelo argentino”, derechos, garantías y mucho por construir…. ¡hasta veredas existen!
En el Reino del revés, la cerveza viene en un litro, las picadas con los amigos son el mejor momento del día después de mucho “laburo”, los médicos nos tratan con cariño y no tratan de sacarnos órganos de manera ilegal, el agua no huele a mierda, la naturaleza es un privilegio que podemos disfrutar (más allá de algún sojero hdp que quiera quemar todo… ah! y después encima no pagar impuestos!).
Así es, él llegó al Reino del revés un 24 de diciembre. Vestía suecos, medias tipo de esquiar y jeans. No, no venía de Suecia, venía de Egipto, uno de los países más cálidos del planeta: pero en ese país, la libertad de vestirse como uno quiere es una libertad inexistente. Ahora viste shorts, ojotas y usa soquetes de verano.
En el Reino del revés, todo parece estar al revés… Pero eso no importa, porque el Este está donde cada uno quiera que esté, y ocupando el puesto 46 de desarrollo humano, él ya se siente un nuevo privilegiado…
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